miércoles, 29 de agosto de 2007

Mortal y Rosa

Escribir sobre Mortal y Rosa no es nada sencillo pues se trata de un libro que lo contiene todo; es una directa expedición por el subconsciente del autor mismo, de sus fantasmas, desde el principio en que es féliz porque tiene un hijo con el que compartir la vida, que añade una curiosidad sobre el alma, el cuerpo, la vida y la naturaleza misma. Sin embargo, en un momento la obra enferma de igual manera de como lo hizo su hijo y se mueve hacia el camino de la desesperación y la desesperanza que, por ambiguo que parezca, es dónde la obra alcanza la lmayor ibertad expresiva.

Umbral nos presenta sus ideas desnudas de cualquier tipo de prejuicio, se nos muestra como un niño, como el hijo que está perdiendo y nos resulta tan vívido ese sentimiento que podemos imaginarnos al mismoautor escribiendo desde su sufrimiento, su cansancio y desde todos sus recuerdos, la imagen que sobreviene es la de Umbral deambulando por las calles mientras medita sobre la vida, la muerte y demás misterios como el alma misma, mediante ese deambular el lector se convierte en un confidente del autor ávido de extraer la lección de una clase magistral impartida desde la desesperación de un mundo incomprendido.

Se trata en escencia de una obra original, personal, en la que se rompe la regla de "signo es todo aquello que se utiliza para mentir" ya que el lenguaje, las palabras, se intuye como emanan directamente del pensamiento libre del autor, sin pasar por ningún tipo de tamiz posterior; el mismo autor describe este libro como "una confesión no sólo sincera, sino urgente".

Es una evolución del concepto establecido por Fernando Pessoa en su "Libro del Desasosiego" pensamientos aislados pero en éste caso con un proposito especifico, demostrar su sentimeinto ante ese momento específico y el como vuela su imaginación por los recobecos de su mente, de su imaginación, de su pasado y de sus fantasmas. Mi recomendación; leanlo hasta que se deshoje el libro, compren la versión de editorial Cátedra (la negra) pues trae muchos textos críticos muy buenos y también la versión de editorial Planeta pues es la autorizada por el autor y está en pasta dura.

FRAGMENTOS:

Sólo encontré una verdad en la vida, hijo, y eras tú. Sólo encontré una verdad en la vida y la he perdido. Vivo de llorarte en la noche con lágrimas que queman la oscuridad. Soldadito rubio que mandaba en el mundo, te perdí para siempre. Tus ojos cuajaban el azul del cielo. Tu pelo doraba la calidad del día. Lo que queda después de ti, hijo, es un universo fluctuante, sin consistencia, como dicen que es Júpiter, una vaguedad nauseabunda de veranos e inviernos, una promiscuidad de sol y sexo, de tiempo y muerte, a través de todo lo cual vago solamente porque desconozco el gesto que hay que hacer para morirse. Si no, haría ese gesto y nada más.

Qué estúpida la plenitud del día. ¿A quién engaña este cielo azul, este mediodía con risas? ¿Para quién se ha urdido esta inmensa mentira de meses soleados y campos verdes? ¿Por qué este vano rodeo de la muerte por las costas de la primavera? El sol es sórdido y el día resplandece de puro inútil, alumbra de puro vacío, y en el cabeceo del mundo bajo un viento banal sólo veo la obcecación vegetal de la vida, su torpeza de planta ciega. El universo se rige siempre por la persistencia, nunca por la inteligencia. No tiene otra ley que la persistencia. Sólo el tedio mueve las nubes en el cielo y las olas en el mar.

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Ella ha madrugado, inquieta, movida por un secreto, por una alegría pequeña -qué triste picardía la suya- y se ha movido por la casa con más vivacidad, como cuando tú vivías, y ha traído de la calle dos rosas rojas, dos flores forradas de verde, que eran la clave de su secreto, el centro de su pequeña y tierna conspiración, porque algo había que hacer, hijo, y las dos rosas estuvieron ahí, lumbre de una alegría remota en lo gris del hogar.

Diría yo, sí, que fue ella a lo más remoto de nuestra dicha, al fondo de los días, al bajorrelieve de la memoria, allí donde aún ríes entre conchas doradas, para cortar esas dos flores -que en realidad son del mercado- y hacer que por última vez prenda en esta casa la luz de un tiempo en que éramos alegres. A la tarde, escucha, fuimos apresurados, silenciosos, sonámbulos, en el fondo de un coche, hacia el hueco doloroso, lejano, y el otoño estaba rojo, dorado, lento, espeso, como si tú existieras, y cruzamos tantas arboledas, hijo, tanto espesor de muertos, tanta luz acumulada en los márgenes de la tarde, para sumirnos en el túnel azul e inexistente en que no nos esperas, y llevábamos las dos rosas como un reclamo para tu sangre, una llamada de lo rojo a lo rojo, de la vida a la vida, de la vida -ay- a la muerte.

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